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Un par de bocas chocan, finalmente chocan. En un principio, pelean inofensivamente solo los labios. Quizá se reclamaban el tiempo de espera.
El disfrute del que ahora es dueña la piel de Aurora, demanda que la cabeza se separe del cuerpo, pues ésta no se cansa de pensar, tozudamente, en el regreso de Eva y el escándalo que la acompañará si la ve en este «espectáculo». La cabeza de Aurora no es capaz de entender que el mundo ha sido evacuado para el goce absoluto de ese momento.
Ahora, las lenguas debaten sus sabores. Sabores que, aunque mezclados, le dan paso a la nicotina. Nicotina que no incomoda en lo absoluto.
El round termina y una parte de Aurora se siente caer por knock-out.
— ¿Quiere que nos veamos mañana? —Envía, a susurros, la invitación Henry.
—Por favor. —Ruega el cuerpo de Aurora.
El espacio que existe y que estorba entre una boca y otra desaparece. Otro beso. Otro reclamo. Otra guerra. Mismo sabor. Una patente. Dos mortales. Tres veces suben las manos, cuatros ojos que se mantienen cerrados, cinco gemidos aguantados, seis segundos de descanso, siete pequeños son los roces, como los pecados.
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